
Sus nombres son Sakutarô y Aki, y son dos chicos cualquiera que experimentan ese fenómeno tan místico, tan ajeno a nuestra racionalidad que es el amor. El amor incondicional, el amor que duele, el amor que todo lo puede. Sakutarô es el encargado de narrarlo todo, y huye como puede de caer en el estancamiento de la subjetividad. Se hace cronista de su propia historia, de su propia amargura, con toda la precisión que tiene a su alcance.
La novela es corta, en unas cuantas horas se puede leer y bueno, creo que es mejor que la lean y tengan su propia opinión de este libro, que me reventé por ahí del mes de Abril de este agónico 2009.
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