Hay ocasiones en las que, al leer, uno sabe que está ante algo distinto, algo especial. Sí, son letras, palabras, frases, hojas de papel, una portada y cosas similares a otros libros. Pero al leer, lo que se va armando en nuestra mente es más que eso.
La historia crece, se hacen tangibles los personajes, el ambiente se hace real en nuestro interior y, más que leer párrafos, uno tiene la sensación de estar ahí, junto a ellos, junto a la Maga, junto a Oliveira, junto a los del Club de la Serpiente y junto a Rocamadour (que nombre tan hermoso para un niño!). Pero, por desgracia, no es así.
Hubo un tiempo en el que pensaba que si el mundo fuera algún día un lugar maravilloso, todos seríamos como Oliveira y la Maga, con un niño como Rocamadour, con unos amigos como los del Club, llenos de magia y estilo por las calles de París, con tiempo para divagar sobre lo humano y lo divino, a pesar de no tener una mísera moneda.
Todos tendríamos un pasado en Buenos Aires que vendría de vez en cuando y un presente fumando en pipa y apurando una copa de vino. Si el mundo fuera un lugar maravilloso, todas las tragedias serían como las de Rayuela y vendría escritas con palabras mágicas.
Una vez, estando en una conferencia sobre literatura, el conferenciante afirmaba que la literatura no era más que contar mentiras de una forma hermosa. Nada más decir eso a mí se me hizo presente Rayuela. Sin duda la mentira más hermosa que jamás haya escuchado. Pero no sólo eso. Rayuela es, también, un valioso ejercicio literario, un riesgo calculado en el que se le pide al lector que se arriesgue igualmente, que tome decisiones.
Decisiones para decidir qué rumbo seguirá en la lectura, decisiones para conocerse a uno mismo. Porque a la hora de tomar decisiones, también como lectores, estamos diciendo cosas de nosotros mismos. Rayuela dice de sí misma que si el mundo fuera un lugar maravilloso, habría más libros como Rayuela.
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